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¿Sabías que el autor de El Eternauta laburó en YPF en la Patagonia?

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 6 may
  • 3 Min. de lectura

Cuando pensás en Héctor Germán Oesterheld, seguro te viene a la cabeza esa escena tremenda de El Eternauta, con la nieve mortal cayendo sobre Buenos Aires y un grupo de vecinos resistiendo como pueden, bien a lo argentino. Pero hay una parte de su historia que casi nadie conoce: el tipo fue geólogo, y laburó para YPF en plena Patagonia. Sí, antes de meterse de lleno en la historieta y la ciencia ficción, anduvo con casco, brújula y botas, pateando yacimientos de petróleo.

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Oesterheld empezó el Doctorado en Ciencias Naturales en la UBA allá por el ‘37, y al toque consiguió una beca en YPF, que en ese entonces te mandaba a hacer campo posta: Comodoro Rivadavia, Tupungato... nada de escritorio y cafecito. Hay una foto genial de esa época donde aparece con otros pibes frente a un Ford V8 con el logo de YPF en la puerta. Imaginátelo ahí, con el viento patagónico en la cara y el cuaderno lleno de anotaciones sobre piedras y minerales.


Pero la vida de geólogo no era para cualquiera. En el libro "Los Oesterheld", Elsa Sánchez —su compañera de toda la vida— lo cuenta sin vueltas:


“Al principio ninguno de los dos quería tener hijos enseguida y viajamos un poco por el país. Él estaba acostumbrado porque lo había hecho como geólogo de YPF, en donde también trabajó. Incluso ni bien nos casamos le habían ofrecido un puesto en San Juan, pero él dijo que no, porque la vida de geólogo es horrible, yo tendría que haber vivido sola en la ciudad a los 22 años mientras él venía una vez por semana quién sabe de dónde. Ahí empezó con los cuentos para chicos, antes de ser padre”.


Podemos decir que, mientras otros soñaban con perforar pozos, él ya empezaba a imaginar mundos. Y no le fue fácil. Según reconstruyó Martín Fracchia en "En busca del geólogo olvidado", Oesterheld no era precisamente un bocho en la facultad. Después de entrar a YPF, el rendimiento le bajó fuerte, y cuando reprobó por segunda vez Química Analítica, lo bajaron del puesto. Igual, no aflojó. Siguió rindiendo materias como podía, laburando de noche y peleando contra el sueño. Tardó nueve años en terminar la carrera y ni siquiera entregó la tesis. Técnicamente, nunca se recibió. Fue —como bien lo define Fracchia— “un geólogo sin título”.


Después pegó laburo en la Corporación para la Promoción del Intercambio (CPI), una movida estatal que armó el gobierno para bancar exportaciones durante la Segunda Guerra. Cuando cerró la CPI, recaló en el Banco de Crédito Industrial, donde seguía analizando minerales y rocas desde un laboratorio en Núñez.


Pero mientras tanto, el bicho de la escritura lo tenía loco. Publicaba libros de divulgación para chicos con seudónimos como Germán de la Vega o Sánchez Puyol —este último mezclando los apellidos de su esposa y su vieja—. Uno de los que lo descubrió fue Boris Spivacow, capo editorial que lo recuerda cayendo de la nada a su oficina para proponerle un texto. Así salió La vida en el fondo del mar, que fue un golazo y marcó el comienzo de su carrera como escritor.


En diciembre del ’50, Oesterheld colgó definitivamente el guardapolvo: presentó la renuncia al Banco con una frase formal que decía que lo hacía para ejercer su profesión. Cualquiera pensaría que hablaba de la geología. Pero no. El tipo ya sabía que lo suyo era otra cosa: contar historias.


Historias como la de El Eternauta, esa joya que acaba de estrenar Netflix para todo el mundo el 30 de abril. Y que, aunque muchos no lo sepan, empezó a gestarse entre piedras, viento y soledad patagónica, cuando un joven flaco con pinta de nerd, que aún no era papá, soñaba con otros futuros posibles.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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