Si Cavani hubiese intentado asesinar a John Lennon
- Santa Cruz Nuestro Lugar
- 6 mar
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Hace unos días, como fanático de The Beatles e hincha de Boca, se me cruzó un pensamiento extraño: si Edinson Cavani (el marmota que hace unos días falló el gol ante Alianza Lima, en La Bombonera y la puta madre que lo parió) hubiese sido quien disparó a John Lennon en 1980, hoy el músico británico seguiría vivo con 84 años y un par de discazos más en su haber.

Así que Cavani no es un pésimo delantero, sino alguien mal situado en este multiverso de mierda.
Aunque el razonamiento es absurdo, expone una realidad innegable: los jugadores de élite están rodeados de un sistema que los convierte en figuras inalcanzables, casi intocables, mientras sus ingresos siguen creciendo sin un techo claro.
El fútbol dejó de ser solo un deporte para convertirse en una industria que mueve miles de millones de dólares al año. Los clubes pagan cifras astronómicas por los mejores jugadores, las marcas los convierten en embajadores globales y los contratos alcanzan montos que desafían cualquier lógica. Pero, ¿realmente patear una pelota justifica semejantes fortunas?
Aquí es donde entra en juego una verdad histórica: el deporte siempre ha sido parte del entretenimiento y, como tal, un instrumento de distracción. Ya en la antigua Roma, los emperadores aplicaban la estrategia del "pan y circo" para mantener al pueblo entretenido y evitar que se cuestionaran asuntos más importantes. Hoy, el fútbol cumple una función similar: mientras las masas discuten si tal jugador merece su salario multimillonario, los gobiernos y las élites económicas aprovechan la distracción para tomar decisiones sin demasiada resistencia. No es casualidad que la política esté tan interesada en el fenómeno del fútbol y otras disciplinas populares.
El caso de Kylian Mbappé es un ejemplo claro. El delantero francés, pretendido por los gigantes europeos, recibió ofertas salariales que superan los 200 millones de euros anuales, una cifra superior al presupuesto de muchas universidades. Lionel Messi, incluso en la recta final de su carrera, sigue firmando acuerdos con cifras que ningún científico, médico o docente podría soñar en toda su puta vida. Neymar, Cristiano Ronaldo y otros astros también han sido protagonistas de contratos difíciles de asimilar. Pero mientras estos números generan debate y ocupan titulares, pocos se preguntan por qué un sistema que permite estos desbalances es sostenido sin cuestionamientos profundos.
Mientras un maestro, que forma las bases del conocimiento en la sociedad, cobra un salario que apenas le permite vivir con dignidad, un futbolista recibe millones por correr detrás de un balón. La diferencia es abismal, pero la industria justifica estos montos con argumentos como el impacto mediático, los derechos de imagen y la venta de camisetas. Sin embargo, esto no deja de ser una distorsión escandalosa de valores: el entretenimiento se paga como un bien de lujo, mientras que la educación y la salud siguen relegadas en términos económicos.
Esta lógica, tan absurda como real, no es exclusiva de Europa o los grandes mercados. En Santa Cruz, por ejemplo, los docentes llevan adelante una lucha constante por un salario digno mientras el gobernador Claudio Vidal no hace una oferta que realmente cubra la canasta básica. Sin embargo, todos sabemos que si se tratara de traer a Lionel Messi a su despacho para hacer jueguitos con la pelota, sacarse una foto, y tomar mate con miel (¡Qué asco!), ahí ni dudaría en desembolsar la teca. Antes de ofrecer cualquier suma a los docentes, debería recordar que el propio Toto Avilés, quien hoy comparte equipo con Messi en el Inter Miami y cobra cifras siderales, es hijo del sistema educativo santacruceño. Sin los docentes que formaron su camino, jamás habría llegado a donde está. Pero claro, en este mundo desbalanceado, parecería que patear una pelota vale más que formar el futuro de un país.(Sepa el lector de Santa Cruz nuestro lugar que esta última frase no me gusta un joraca porque, incluso a mí, me interpela).
Por @_fernandocabrera
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