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¿Soy emprendedor o sobreviviente?

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 22 abr
  • 3 Min. de lectura

Salgo de la Rural con una bolsita con budines caseros, jabones artesanales y un llaverito. La feria está por cerrar, el cielo amenaza con lluvia y el viento me empuja como si tuviera apuro por desarmar la tarde. Llego al borde de la vereda justo cuando caen las primeras gotas y levanto la mano casi por reflejo. Un taxi frena en seco. Me subo.

—¿Se larga el agüita nomás? —pregunta el tachero, girando apenas la cabeza mientras mete primera.


—Recién empieza. Zafé por poco. Vengo de la feria —le digo, mientras me acomodo el asiento trasero.


—¿Y qué tal? ¿Linda?


—Siempre que puedo me doy una vuelta. Me gusta bancar a los puesteros —comento, como quien hincha por el equipo local aunque juegue en la B.


El tachero asiente con una mueca, mitad sonrisa, mitad resignación.


—Mi señora y yo tenemos un emprendimiento ahí —me dice, después de unos segundos. Su tono cambia: no hay orgullo, hay cansancio—. Pero te soy sincero… ya no nos sentimos emprendedores. Somos sobrevivientes.


Me quedo callado un momento. Esa frase me golpea. Como si en vez de contestarme me hubiese dado vuelta el espejo.


—¿Sobrevivientes? —repito, tanteando el terreno.


—Y sí. ¿Qué querés que te diga? En las redes te venden que sos un “emprendedor”, que tenés tu marca, tu independencia… pero nosotros hacemos velas y sahumerios para poder pagar el gas. Vendemos porque no nos alcanza, no porque nos sobra la creatividad.


Me acomodo en el asiento. La charla promete.


—Pero eso no le quita valor, ¿no? —le retruco—. Digo, el laburo que hacen, la dedicación…


—¡Obvio que no! Pero una cosa es hacer algo con deseo, con planificación, con proyección. Otra es armar un emprendimiento porque te echaron, porque tenés hijos, porque no te queda otra. ¿Eso es emprender o es ponerle maquillaje a la pobreza?


No respondo de inmediato. Le cuento que vengo escribiendo sobre el tema, que también me cuestiono todo eso. Que me da la sensación de que en Río Gallegos muchos emprenden por necesidad, no por elección. Que no está mal, pero que hay que decirlo.


—¿Y sabés por qué no se dice? —me interrumpe—. Porque queda feo. Porque al sistema le conviene que pensemos que somos todos emprendedores, como si eso nos hiciera libres. Así no le pedimos nada al Estado, ni exigimos laburo en blanco, ni reclamamos derechos.


La lluvia comienza a golpear el vehículo. Su bronca se desliza al ritmo de los limpiaparabrisas. Pero no hay enojo en su voz. Hay lucidez.


—Es como si te tiraran a la ría y en vez de rescatarte te felicitaran por aprender a nadar —digo, sin pensarlo.


El tachero suelta una carcajada.


—¡Exacto, maestro! Y después te dan un premio por “resiliente”.


Nos miramos por el retrovisor y reímos juntos. Pero el silencio que sigue es denso.


—Igual, no reniego del todo, eh —agrega—. Lo que hacemos tiene valor. Pero estaría bueno poder elegir. Que no fuera la única alternativa.


Asiento. La lluvia ya afloja y estamos cerca de casa. Cuando bajo, le pago y me despido con un “fuerza, loco”, como si eso alcanzara.


Camino el último tramo pensando en todo lo que me dijo. ¿Cuántas veces repito la palabra “emprendedor” sin pensar lo que significa? ¿Cuántas veces la uso para disfrazar la precariedad? ¿Cuántas veces me creo el cuento?


Esa noche no escribo la columna. Solo anoto una pregunta: ¿estamos diversificando la economía o estamos romantizando la subsistencia?


A la mañana siguiente, mientras desayuno uno de los budines de la feria, entiendo que a veces las tormentas no vienen del cielo, sino de adentro. Pero si hay suerte, el primer taxi que uno toma puede llevarte mucho más lejos de lo que pensabas.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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