"Te odio, Francisco" la carta de Santa Cruz que conmueve multitudes
- Santa Cruz Nuestro Lugar
- hace 2 días
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Juan "Chili" Obando, titular de Cáritas en nuestra ciudad puso en palabras el sentimiento de multitudes ante la partida del Papa Francisco a sus 88 años. En este artículo, la sentida carta homenaje a su figura.

Te odio, Francisco, porque no fuiste un Papa, fuiste un escándalo.
Porque cuando todos esperaban un monarca, vos apareciste con olor a calle y a Evangelio.
Te odio porque te bajaste del trono de Pedro y te subiste al bondi con nosotros.
Te odio porque no quisiste vivir en un palacio.
Porque elegiste una piecita chiquita en la Casa Santa Marta, como si la humildad fuera la única corona que te interesaba.
Te odio porque comías con los empleados y no con los príncipes de la Iglesia.
Porque abriste las puertas del Vaticano y dejaste entrar el barro de la humanidad.
Te odio porque te llamaste Francisco, como el loco de Asís.
Y los locos, Francisco, nos desordenan el alma.
Nos hacen ver que el amor no es cómodo, ni diplomático, ni tibio.
Te odio porque no hablaste como un Papa, hablaste como un abuelo sabio que acaricia con las palabras y sacude con el ejemplo.
Te odio porque antes fuiste Jorge.
Ese cura del subte, del mate compartido, de los pies lavados en las villas.
Te odio porque no te importaba caerle bien al poder, te importaba que el pobre no cayera del mundo.
Te odio porque metiste presos a cientos de pedófilos y echaste a cardenales corruptos, sin miedo, sin cálculo.
Te odio porque te animaste a limpiar la casa por dentro, y eso duele.
Te odio porque dijiste lo que nadie se animaba a decir.
Te odio porque no viniste a Argentina.
Porque nos dejaste con las ganas.
Porque nos obligaste a amarte a la distancia, como se ama a los que duelen.
Te odio porque sos peronista.
Y te odio más porque jamás te disculpaste por eso.
Porque tu política era el Evangelio, y eso sí que incomoda.
Te odio porque nos pediste que cuidemos a los viejos y a los niños.
Porque nos hiciste mirar a los costados, cuando preferíamos mirar para arriba.
Te odio porque nos sacaste de la comodidad de las parroquias y nos empujaste a salir, a embarrarnos, a ir al encuentro.
Te odio porque le diste valor a los pequeños gestos.
A ese “buen día” al portero, al “perdón” en casa, al abrazo que llega antes del juicio.
Te odio porque nos invitaste a soñar siempre, y eso es peligroso.
Porque los que sueñan no se conforman.
Te odio porque hiciste de la misericordia tu bandera.
Porque abriste las puertas del Jubileo y nos dijiste que el perdón es un derecho divino, no un premio de los buenos.
Te odio porque abrazaste a los presos, lavaste sus pies, y dijiste que nadie está perdido para siempre.
Te odio porque en Lampedusa lloraste por los migrantes muertos en el mar.
Porque lanzaste flores al agua como quien pide perdón por todo lo que no hicimos.
Te odio porque dijiste que el Mediterráneo se convirtió en un cementerio, y nos dolió.
Te odio porque nunca te diste por vencido.
Porque con 88 años, en silla de ruedas, seguías viajando, hablando, amando, denunciando.
Te odio porque hiciste más con un pulmón solo que muchos con el cuerpo entero.
Te odio porque nombraste cardenales de los márgenes: de los barrios, de África, de Asia, de la periferia.
Porque volviste a decirnos que el centro está en las orillas.
Y te odio porque nos diste vuelta el mapa.
Te odio porque te arremangaste en el Sínodo y escuchaste más de lo que hablaste.
Porque no tuviste miedo de abrir debates, ni de que la Iglesia se parezca al pueblo de Dios, con sus dudas, sus búsquedas, sus heridas.
Te odio porque fuiste a lugares donde nadie iba.
Porque fuiste el primer Papa en pisar Irak.
Porque en Filipinas reuniste la multitud más grande de la historia, y no fue por vos, fue por la esperanza que llevabas.
Te odio porque hablaste en el Capitolio de Estados Unidos y les recordaste que los inmigrantes también tienen rostro y nombre.
Porque en la ONU no hablaste de geopolítica, hablaste de humanidad.
Porque cuando decías “no a la guerra”, yo sentía que me estabas hablando a mí, no a los líderes, sino al tipo común que ya se había resignado.
Te odio, Francisco, porque me hiciste volver a creer que la Iglesia puede parecerse a Jesús.
Porque nos mostraste que el poder, si no sirve, no sirve para nada.
Porque nos dejaste una Iglesia con olor a Evangelio, no a naftalina.
Te odio porque sonreías con los ojos.
Y eso desarma a cualquiera.
Porque en medio del barro,
en medio de tanta miseria y tanto miedo,
vos encontrabas ternura.
Y eso… eso también salva.
Te odio, Francisco,
porque abrazaste a los gays,
a la comunidad LGTB,
a quienes siempre fueron dejados al margen.
Porque cuando todos les daban la espalda,
vos abriste los brazos.
Y no preguntaste cómo vivían.
Preguntaste si sabían que eran amados por Dios.
Te odio, Francisco…
porque te hiciste querer con una fuerza brutal, de esas que no se olvidan.
Porque nos mostraste que el amor verdadero incomoda, desinstala, exige.
Te odio porque tu muerte no es ausencia, es desafío.
Te odio porque ahora te volviste semilla.
Y las semillas, Francisco, ya sabemos lo que hacen:
se entierran, duelen, desaparecen…
y después revientan en vida.
Ahora te odio, Francisco,
porque ya no puedo mirar el mundo sin preguntarme
qué harías vos si estuvieras acá.
Y lo peor, Francisco…
es que me dejaste con la respuesta.
Por Juan "Chili" Obando.
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