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Una verdadera joya olvidada del cine patagónico

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 29 sept
  • 2 Min. de lectura

Imaginate esto: 1928, Punta Arenas, Teatro Municipal lleno hasta la hostia. En la pantalla, nada de Marvel ni Netflix: aparece Tierra del Fuego, un documental de 62 minutos que hoy suena a reliquia, pero en ese momento era toda una bomba cultural. ¿El director? Nada menos que Alberto María de Agostini, un cura salesiano italiano que se mandaba expediciones desde 1910 y no solo trepaba montañas y navegaba canales, sino que también metía cámara y sacaba fotos y fílmicos únicos de la región. Un aventurero con sotana, básicamente.

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La peli estaba dividida en 20 secuencias: desde los retratos de los pueblos originarios —los yaganes y los onas, que ya venían siendo arrasados por la colonización— hasta las tomas de la fauna, la flora, las ciudades magallánicas y esos paisajes que te dejan de cara. En plena época muda, ver a esos pueblos mostrando sus ceremonias, tatuajes y hasta las herramientas que usaban para cazar o pescar, era como tener un boleto directo a un mundo que se estaba apagando frente a todos.


El diario El Magallanes lo vendía así: “valor científico incalculable”. Y posta, no era humo. De Agostini convivió con los indígenas, se fumó sus costumbres, su religiosidad, sus supersticiones, y lo retrató sin filtros. Hoy lo leeríamos como un registro etnográfico crudo, sin la corrección política del siglo XXI, pero con un peso histórico enorme: es de lo poco que quedó de esos pueblos antes de desaparecer.


Lo loco es que el cura no se quedó ahí. En 1933 la llevó a Turín con una versión extendida, rebautizada Tierras Magallánicas. Media hora más de metraje, intertítulos en italiano y la idea de mostrarle al público europeo la Patagonia como un territorio salvaje y exótico. Marketing cultural de época.


Actualmente, lo que sobrevive es una copia en 16mm guardada como un tesoro en el Museo Salesiano de Punta Arenas, junto con el afiche original del estreno. Una cápsula del tiempo que, si uno la piensa, muestra tanto la belleza de un territorio virgen como la violencia invisible de un proceso colonial que se llevó puesto a pueblos enteros.


No sé qué pensará al respecto el buen lector de "Santa Cruz Nuestro Lugar"; pero, en lo personal, este humilde redactor conjetura que casi cien años después, esa función del 17 de noviembre de 1928 no es solo un estreno de cine. De hecho, fue la última vez que los habitantes de la región vieron a sus propios vecinos indígenas retratados vivos en una pantalla grande. Y eso, hermano, no lo tapa ni Hollywood.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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