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Viudas Negras le pasa el trapo a División Palermo y Porno y Helado

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • 31 jul
  • 3 Min. de lectura

Hay series que nacen con el fuego de lo inesperado. Te sacuden, te hacen reír por lo absurdo, te incomodan con un remate incorrecto, te atrapan con personajes que parecen salidos de una borrachera con ácido y sátira política. Así fue la primera temporada de División Palermo. Un candombe de provocación con uniforme de seguridad urbana. Pero en la segunda temporada, ese fuego se apagó. Lo que era chispa se volvió rutina. Lo que era transgresión, ahora es fórmula. Y lo que era joda con contenido, ahora es un simulacro que repite la misma estructura, pero vacía de sorpresa.

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División Palermo fue disruptiva cuando se animó a poner en escena una patrulla inclusiva para reírse de todo: del progresismo performático, del fascismo de cotillón, del Estado ausente, de la cultura de la corrección política y de la marginalidad estructural. Su mayor logro fue incomodar a todos los bandos. Pero claro, eso solo funciona la primera vez. Después, la máquina empieza a reproducirse a sí misma. Y ahí nace el tedio.


Porque si ya sabés que el personaje discapacitado va a tener más calle que el cheto con complejo de culpa, si ya sabés que los narcos van a ser tan ridículos como letales, si ya sabés que la patrulla es un invento de marketing estatal sin alma... entonces lo que viene es el loop. La repetición de los mismos gags con menos ritmo. El remate previsible. La corrección que antes se burlaba de sí misma ahora se vuelve producto. Y ahí la serie pierde filo y gana aplausos tibios.


Lo mismo pasó con Porno y Helado. Una primera temporada que fue un golpe bajo al indie pretencioso, a la cultura musical de pose, al absurdo emocional del argentino promedio. Pero cuando llegó la segunda, ya no había nada que patear. La vara de lo incómodo había sido reemplazada por la búsqueda de empatía. El punk se volvió pop. El vómito estético se volvió merchandising.


La comedia disruptiva en Argentina tiene un problema: no sabe qué hacer con su éxito. Porque el éxito trae guita, y la guita trae cálculo. Y el cálculo, hermano, es lo que mata el chiste. De ahí en más todo se convierte en una especie de comedia boutique, pensada para que nadie se ofenda demasiado, para que el algoritmo te recomiende y para que puedas venderla en festivales internacionales como “una mirada irónica y diversa de las nuevas sensibilidades urbanas”. Una poronga.


Y si algo terminó de dejar en evidencia esa falta de riesgo fue Viudas Negras. Porque mientras División Palermo se autocensura y se repite, Viudas Negras se desata. Con guiones de Malena Pichot, Julián Lucero y Ariana Saiegh, dirección de Nano Garay Santaló y Constanza Novick, y con la propia Pichot en el centro del escenario, la serie le pasa el trapo a las otras en todos los aspectos: timing, humor, guión, actuación, provocación real, mirada feminista filosa sin bajada escolar. Todo lo que División Palermo 2 promete pero no cumple, Viudas Negras lo escupe en la cara y se va riendo.


La diferencia es simple: mientras Palermo busca agradar a quienes incomodó la primera vez, Viudas Negras redobla la apuesta. En vez de bajar un cambio, prende fuego la pista. Y eso no se logra con presupuesto, se logra con convicción. Con esa lucidez rara que tiene Pichot cuando le da por mezclar humor con política, muerte, pulsión sexual y miseria urbana sin solemnidad. Como si dijera: “¿Querían incomodarse? Bueno, ahora sí viene lo bueno”.


Lo que División Palermo mostró en su segunda temporada no es falta de talento. Es falta de riesgo. Y cuando el riesgo se va, el espectador se aburre. Porque sin el factor sorpresa, lo único que queda es un desfile de personajes atrapados en sus propias caricaturas, repitiendo los mismos chistes como si el guion estuviera escrito por una IA que solo entendió los memes de la primera temporada.


La cultura argentina tiene esto: cuando algo pega, lo manoseamos hasta que se vuelva meme de sí mismo. Nos enamoramos de la fórmula y matamos al monstruo que supimos crear. Como si lo incorrecto solo funcionara cuando es novedad, y una vez que se vuelve institucionalizable, se lo desactiva.


Por eso División Palermo 2 aburre. Porque no incomoda, no arriesga, no sorprende. Porque ahora juega a gustar, en lugar de jugar a molestar. Y cuando la comedia elige caer bien en vez de patear el tablero, lo único que consigue es que el espectador mire el reloj y diga: “¿Ya terminó?”.


O peor: “¿Todavía sigue?”.

Por @_fernandocabrera

 
 
 

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