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Foto del escritorFernando Cabrera

¿A quién conmemoramos hoy, los argentinos, en el Día del Escritor?

En la penumbra del delta del Paraná, el 18 de febrero de 1938, se apagó la existencia del eminente poeta Leopoldo Lugones. Sumido en la melancolía y con el sabor amargo del whisky mezclado con cianuro, eligió despedirse del mundo que lo vio brillar. Se especula que el fin de su apasionado idilio con una joven musa fue el detonante de su trágico final. Ochenta y seis años después, recordamos al autor del "Lunario sentimental", cuya obra perdura en el tiempo como un legado de su genio literario.

El amor, intrínsecamente errático y volátil, no sigue una trayectoria predecible; es un viaje lleno de incertidumbres.  Atrapado en esta vorágine, Leopoldo Lugones optó por el fin en "El Tropezón", un hospedaje en el delta del Paraná. Su elección de partida no fue la violencia abrupta ni el acto teatral de cortarse las venas. Con el corazón roto, aquel 18 de febrero de 1938, eligió el cianuro y el whisky, apagando su mente eternamente.

 

Su recorrido por la política y la literatura dibujó una senda sinuosa que culminó alineada con el poder. Influenciado primero por el simbolismo y más tarde por el modernismo, su lírica adquirió un tono perturbador, al igual que el esoterismo en sus tratados. Finalmente, se dedicó a la redacción de textos gubernamentales. Políticamente, evolucionó desde una proximidad al socialismo hasta abrazar el fascismo, respaldando el golpe de Uriburu contra Yrigoyen y justificando el autoritarismo, proclamando "La hora de la espada".




 

En cuanto a sus afectos, la volatilidad también se manifestó, desintegrando su relación con Juana Agudelo.

 

A sus 22 años, Lugones contrajo matrimonio en Córdoba. Sus obras eran un tributo a su lealtad, y se presentaba con su pareja en reuniones sociales de la alta sociedad. Un exceso de promesas para una sola vida. Y entonces, inesperadamente, todo se desmoronó.

 

En 1926, Leopoldo Lugones pasaba sus jornadas entre los muros de la Biblioteca Nacional de Maestros, que dirigía desde 1915. Rodeado de una vasta colección de volúmenes y documentos, recibió la visita de una joven de veinticinco años. Emilia, hija de un ingeniero y una mujer formada en convento, recién graduada en filosofía, frecuentaba las conferencias de Lugones y era una lectora dedicada. Solicitó "Lunario sentimental", su obra poética de 1909, entonces descatalogada, para un análisis académico. Pronto se hicieron amantes.




 

Su romance, oculto y ferviente, se desarrollaba en un apartamento del barrio Retiro, lejos de miradas indiscretas. La correspondencia entre ellos era tan intensa que las misivas de Lugones, cargadas de fervor y desenfreno, a menudo llevaban marcas de su pasión física.

 

La autora María Inés Cárdenas de Monner Sans narra esta historia en su libro "Cuando Lugones conoció el amor". En esta obra está el registro epistolar entre la joven Emilia y el propio padre del Modernismo. En una carta del 24 de octubre de 1932, ya distanciados, Lugones escribió: "Tu reino es como el de la estrella inaccesible y presente", demostrando que incluso los relatos más apasionantes pueden tener un desenlace.

 

Aquí vale abrir un paréntesis para señalar que quien descubrió este affair  amoroso fue el único hijo del poeta modernista llamado también Leopoldo "Polo" Lugones, nacido en 1897. A sus treinta años, éste ya desempeñaba un rol policial de alto rango, designado por Uriburu, y fue el tristemente célebre inventor de la picana eléctrica, el demoníaco artefacto utilizado en los interrogatorios. Su descendencia también sufrió las sombras de la historia; ya que su hija Susana "Pirí" Lugones fue víctima de la represión militar en 1978, marcada por la ironía de ser torturada con el método instaurado por su progenitor.

 

Pero enfocándonos en "Polo" no soportaba el agravio hacia su madre y la existencia de este idilio secreto lo llevó a ejercer coerción. Confrontó tanto a la familia de Emilia Santiago Cadelago como a su padre, amenazando con difamar la cordura de este último hasta lograr su confinamiento psiquiátrico perpetuo. Contaba con el respaldo institucional para cumplir su advertencia.




 

Cierro paréntesis para seguir narrando que Emilia fue exiliada a Montevideo por su clan. Lugones, sumido en la desolación, intentó refugiarse en la escritura, su habitual salvación, tras seis años de pasión encubierta. Sin embargo, la desesperanza lo invadió, llevándolo a pronunciar un adiós definitivo a su tormento.

"Amor heroico hasta el ocaso", proclamó Lugones en su obra "Romancero".  Tal frase, extraída de "Elegía crepuscular", evoca el amor idealizado, aquel que desafía todo, no por el objeto del afecto, sino por el amante mismo: se requiere valentía para mantenerlo incluso cuando la muerte acecha, lista para arrebatar y dictar el destino final.

 

Este concepto se profundiza en "La palmera", otro poema del mismo volumen. "Al esperado momento / en que por ella expire". Así versa su fallecer por amor, ya sea por su ausencia o su exceso.

 

Jorge Luis Borges consideraba a Lugones más allá de ser un mero escritor destacado. "Afirmar que ha fallecido el principal literato de nuestra nación, el más ilustre de nuestra lengua, es enunciar una verdad indiscutible y, a la vez, insuficiente", se expresa en la biografía "Leopoldo Lugones", coescrita con Betina Edelberg en 1955.

 

En el retiro fluvial del delta, donde se unen el Paraná de las Palmas y el Canal de la Serna, Lugones solicitó hospedaje el 18 de febrero de 1938. Se le asignó la estancia número nueve, al extremo del corredor. También requirió que lo despertasen a las diez nocturnas para cenar. ¿Sería un pretexto o acaso creyó posible, en un destello de esperanza, disfrutar de una cena típica, contemplar el paisaje y concebir un futuro promisorio? Pero la realidad era otra; el dolor amoroso persistía.

 

Previo a su fatal decisión, redactó una misiva final. En ella, lamentaba no poder terminar la biografía de Julio Argentino Roca. Como última voluntad, exigió un sepelio anónimo, sin ataúd ni distintivo alguno que perpetuara su memoria. Vetó el uso de su nombre en espacios públicos y eximió a otros de culpa, asumiendo la totalidad de sus acciones.

 

Fue hallado en su lecho, contorsionado, con la tez morada. Mezcla letal de whisky y veneno. Con la dignidad de un aristócrata —expirando en su atuendo impecable—, el ilustre poeta Leopoldo Lugones exhaló su último aliento. Primero, el cese de la conciencia, seguido del fin de los pulsos cardíacos, y luego, la aparición de la muerte con su velo oscuro. Y tras ello, el vacío, la quietud absoluta. El oblivion, quizá.



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