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Foto del escritorFernando Cabrera

Curanderas, Parteras y Enfermeras: La Lucha Silenciada de las Sanadoras Femeninas en la Cultura Ancestral Argentina

En las vastas extensiones de la Patagonia argentina, donde los vientos rugen y las montañas se alzan majestuosas, se teje una historia de mujeres que han sido guardianas de la salud y el bienestar durante siglos. A menudo relegadas a las sombras, estas mujeres han desempeñado un papel crucial en la sanación de sus comunidades. El libro "Brujas, Parteras y Enfermeras" nos sumerge en este mundo ancestral, revelando cómo las mujeres fueron las primeras médicas, parteras y consejeras en la historia occidental.

Las Primeras Sanadoras

Desde tiempos inmemoriales, las mujeres han sido portadoras de sabiduría y conocimiento sobre las hierbas medicinales, los ciclos de la naturaleza y los secretos de la salud. Ellas fueron las primeras farmacólogas, cultivando y utilizando plantas para aliviar dolencias y curar enfermedades. Su legado se transmitía de generación en generación, de madre a hija, de vecina a vecina.

 

En este punto, es saludable atender a la diferencia entre brujas y curanderas, ya que la misma radica principalmente en la naturaleza de sus prácticas y la percepción cultural de estas. Tradicionalmente, las brujas están están estigmatizadas y asociadas con el uso de magia y hechizos, a menudo vinculados a lo sobrenatural o incluso a lo maligno. En cambio, las "curanderas" son practicantes de la medicina tradicional que utilizan remedios naturales y conocimientos ancestrales para sanar.




 

En cuanto al curanderismo en la Patagonia argentina, es una práctica que forma parte de la medicina popular y tradicional. Los curanderos en esta región pueden utilizar una combinación de conocimientos de nuestros pueblos originarios con técnicas traídas por los conquistadores españoles y los inmigrantes. Sus métodos incluyen el uso de hierbas, oraciones y rituales para tratar diversas dolencias. Esta práctica se ha mantenido a lo largo de los años y sigue siendo un componente importante de la cultura local en la Patagonia.

 

Bajo estos lineamientos, las parteras también en nuestro territorio patagónico desempeñaron un papel vital en la vida de las comunidades. Viajaban de casa en casa, asistiendo a las mujeres en el parto y brindando apoyo emocional. Sus manos expertas guiaban a las nuevas vidas al mundo, y su presencia era un faro de esperanza en momentos de dolor y alegría.

 

El Declive de las curanderas

Sin embargo, a medida que avanzaba la historia, las cosas cambiaron. La medicina oficial, dominada por hombres, comenzó a relegar a las mujeres a un segundo plano. Las autoridades las tildaban de "brujas" o "charlatanas", y sus prácticas ancestrales eran consideradas supersticiones. Las mujeres, que antes eran respetadas como sanadoras, se encontraron excluidas de los libros y la ciencia oficial.

 

Con esto, podemos afirmar que la "medicalización" se apoderó de la sociedad. Las mujeres perdieron su autonomía en la atención médica. Se les enseñó que debían depender de los "doctores" para su salud. Las parteras, que habían sido testigos de innumerables nacimientos, ahora eran vistas como meras asistentes en los hospitales.




 

El legado persistente

A pesar de estos obstáculos, el legado de las sanadoras femeninas persiste. En la Patagonia, donde la conexión con la naturaleza es profunda, algunas mujeres continúan practicando la medicina tradicional. Se reúnen en círculos, comparten conocimientos y mantienen viva la llama de la sanación ancestral.

 

Precisamente, el libro "Brujas, Parteras y Enfermeras" de Bárbara  Ehrenreich y Deidre English, lanzado al mercado editorial en EE.UU, en 1973, por The Feminist Presa SUNY, nos recuerda que la medicina no es solo una ciencia fría y objetiva. Es un arte, una tradición transmitida a través de generaciones. Las mujeres, a pesar de la persecución y el olvido, siguen siendo guardianas de la salud en la sombra, manteniendo viva la llama de la sanación.

 

En la Patagonia, cuando el viento aúlla y la Cruz del Sur titila en el cielo, las sanadoras femeninas siguen tejiendo su historia, recordándonos que la verdadera medicina reside en la conexión con la tierra y la comunidad.

 

El relegamiento de las mujeres en la medicina a nivel mundial y su vínculo con el machismo

Éste es un tema profundo y multifacético. A lo largo de la historia, las mujeres han enfrentado barreras sistemáticas y prejuicios que han limitado su participación en la profesión médica. Aquí exploraremos algunos aspectos de esta relación:

 

En primer término, aparece la educación y el acceso: Durante siglos, las mujeres tuvieron un acceso limitado a la educación formal, incluida la educación médica. Las instituciones académicas y las escuelas de medicina estaban mayoritariamente cerradas para ellas. El machismo histórico perpetuó la idea de que las mujeres no eran aptas para carreras científicas o intelectuales.




 

Luego aparecen los Estereotipos de Género: Los roles de género tradicionales asignaban a las mujeres la responsabilidad de cuidar a la familia y el hogar. Se esperaba que fueran madres y esposas antes que profesionales. Estos estereotipos persistieron en la medicina, donde las mujeres eran vistas como más adecuadas para roles de enfermería o asistencia, en lugar de liderazgo médico.

 

En este sentido, no olvidemos la eterna desigualdad salarial y oportunidades: aunque las mujeres comenzaron a ingresar a la medicina en números crecientes en el siglo XX, enfrentaron desigualdades salariales y dificultades para ascender en sus carreras. El machismo influyó en la falta de promoción y reconocimiento para las médicas.

 

En este sentido, no debemos olvidar la invisibilización de contribuciones femeninas: Muchas mujeres médicas pioneras no recibieron el reconocimiento que merecían. Sus logros fueron minimizados o atribuidos a colegas masculinos. El machismo contribuyó a la invisibilización de sus contribuciones.

 

El estigma y las dudas sobre competencia también es otro punto digno de análisis: A pesar de los avances, las mujeres médicas todavía enfrentan estigma y dudas sobre su competencia. El machismo subyacente sugiere que las mujeres no pueden ser líderes médicos o tomar decisiones importantes.

 

La brecha en la investigación médica también hizo mella en este asunto: bien sabemos que históricamente se centró en la salud masculina. Las enfermedades y condiciones específicas de las mujeres a menudo se pasaban por alto o se estudiaban de manera insuficiente. El machismo en la investigación médica perpetuó esta brecha.

 

Pero ante todos estos factores de adversidad, la lucha por la equidad siempre estuvo presente: Afortunadamente, las mujeres médicas y feministas han luchado con denuedo. Han desafiado las normas de género, abogado por la igualdad salarial y demostrado su competencia en todas las áreas de la medicina.

 

Nada puede negar ni ocultar que el machismo ha sido un obstáculo significativo para las mujeres en la medicina a nivel mundial. Sin embargo, las voces de las médicas y sanadoras femeninas, como las que encontramos en "Brujas, Parteras y Enfermeras", nos recuerdan que la lucha por la igualdad y la justicia continúa. Es hora de reconocer y valorar plenamente las contribuciones de las mujeres en la medicina y superar los prejuicios arraigados.

 

La Memoria de las Estrellas: El Legado de la Civilización Matriarcal

Para saber de dónde proviene esto, valdría conjeturar con rigor revisionista la historia de la humanidad y atrevernos a decir que en los pliegues del tiempo y el susurro de los memoriosos, yace una historia olvidada. Una historia que se desvanece en los anales del pasado, pero que aún late en el corazón de la humanidad. Permitanmé llevarlos a un viaje a través de los siglos, donde las sombras de una civilización matriarcal emergen de la bruma del olvido.

 

El Amanecer de las diosas

Hace eones, cuando los astros aún tejían su danza cósmica, existió una sociedad donde las mujeres eran las guardianas de la sabiduría, las tejedoras de los hilos del destino. En esta civilización matriarcal, el poder no se manifestaba como una espada de acero, sino como una danza de estrellas en los ojos de las sacerdotisas. Ellas gobernaban con empatía, con una conexión profunda con la naturaleza y sus ciclos.

 

Graham Hancock, el incansable explorador de los enigmas del pasado, nos acerca a los vestigios de esta antigua cultura. En su obra "América antes: La clave de la civilización perdida", Hancock plantea la hipótesis de que esta sociedad primigenia floreció mucho antes de lo que la historia oficial reconoce. No fue solo durante la última glaciación, sino quizás hace 130,000 años, cuando la Tierra aún se abrazaba con el hielo y el misterio.

 

El Poder y la Danza de las Estrellas

¿Cómo era el poder en esta sociedad matriarcal? No como una corona de espinas, sino como una guirnalda de flores. Las mujeres no gobernaban con autoridad tiránica, sino con compasión y visión. Michel Foucault, el filósofo de los laberintos del poder, nos enseña que el éste no es solo coerción, sino también construcción. Las sacerdotisas tejían redes de significado, hilaban realidades con sus palabras y gestos.

 

Pero incluso las estrellas tienen su ocaso. La historia nos cuenta que, con el tiempo, el poder se volvió voraz. Las mujeres, embriagadas por su propio dominio, comenzaron a desgarrar el tejido del mundo. La destrucción se infiltró en sus corazones, y la danza de las estrellas se convirtió en un torbellino de caos.

 

El Miedo y la Memoria en los Genes

Aquí entra Sigmund Freud, el arqueólogo de los sueños. En las profundidades de la psique masculina, quedó grabada la memoria de aquel cataclismo. El miedo irracional a lo femenino, la sombra de la destrucción, se arraigó en los genes. El machismo emergió como un escudo, una armadura contra el recuerdo de la caída de las diosas.

 

Y así, a lo largo de los siglos, el enfrentamiento se cristalizó. El feminismo ondeó su bandera, y el machismo respondió con espadas y sangre. Guerras, inquisiciones, persecuciones. El miedo ancestral se convirtió en un monstruo insaciable. Y en la oscuridad de la noche, las lágrimas de las mujeres se mezclaron con la tierra, dando vida al grito silencioso del femicidio, la máxima expresión del miedo que el hombre le tiene a la mujer.

 

Pero no todo está perdido. En los rincones más insospechados, las semillas de la antigua civilización aún germinan. Las mujeres alzan sus voces, no como vengadoras, sino como sanadoras. El poder no es una espada, sino una danza. Y los hombres, con sus corazones heridos, escuchan el eco de las estrellas.

 

Quizás, algún día, la memoria de las diosas resplandezca nuevamente. No como un imperio de destrucción, sino como un jardín de esperanza. Y en ese renacimiento, quizás, el miedo se disuelva, y el femicidio se convierta en un recuerdo lejano y volvamos a ser como éramos los pueblos de América antes de la llegada de Cristóbal Colón. Porque no nos pasa por alto que en nuestras culturas precolombinas hubo una memoria orientada a la convivencia sin distinción de los sexos, ya que las mujeres desempeñaban un papel fundamental en la sociedad y eran preparadas en igualdad de condiciones con los hombres en todas las artes y disciplinas. A pesar de las diferencias de género que existían en otras partes del mundo, en los Andes, las mujeres eran consideradas guardianas del conocimiento ancestral y participaban activamente en la vida cotidiana y espiritual.

 

Las mujeres andinas recibían una educación integral que abarcaba no solo habilidades prácticas, sino también conocimientos espirituales y filosóficos. Aprendían sobre la naturaleza, la agricultura, la medicina, la música, la danza y la cerámica. Las ancianas, en particular, eran respetadas como portadoras de sabiduría y eran consultadas en asuntos importantes para la comunidad.

 

Además, eran maestras en diversas artes y oficios. Tejían textiles exquisitos utilizando técnicas ancestrales, creando coloridos mantos, chuspas y aguayos. También eran hábiles ceramistas, modelando vasijas y figuras que reflejaban la cosmovisión andina. Además, participaban en la música y la danza, contribuyendo al enriquecimiento cultural de sus comunidades.

 

No olvidemos que en la mayoría de las culturas de América las mujeres tenían un papel central en las prácticas espirituales. Eran chamanas, curanderas y sacerdotisas, conectando a la comunidad con los dioses y los espíritus de la naturaleza. Su conocimiento de las plantas medicinales y las ceremonias de agradecimiento era invaluable. La dualidad masculino-femenino se reflejaba en la relación entre los dioses y las diosas.

 

En resumen, las mujeres andinas no solo eran receptoras de conocimiento, sino también transmisoras y creadoras. Su participación activa en todas las artes y su profundo entendimiento de la vida y la espiritualidad contribuyeron significativamente a la riqueza cultural de los Andes, a través de la chakana: un símbolo milenario profundamente arraigado en la cosmovisión de los pueblos indígenas de los Andes centrales. Este emblema, con su forma de cruz cuadrada, encierra significados profundos y contrapuestos que reflejan la visión del universo de los antiguos pobladores andinos.




 

La Chakana como Puente entre Cielo y Tierra

La chakana representa la conexión entre el mundo celestial y el terrenal. Sus cuatro brazos simbolizan los puntos cardinales: norte, sur, este y oeste. Así, se unen lo alto y lo bajo, lo divino y lo humano. En esta dualidad, encontramos lo masculino y lo femenino, como dos fuerzas complementarias que coexisten armoniosamente.

 

La Dualidad Masculino-Femenino

En la chakana, las dos líneas que marcan los niveles del hombre y la mujer se superponen. Esto crea subdivisiones que representan la dualidad fundamental: cielo-tierra, día-noche, sol-luna, hombre-mujer. En el lado superior del símbolo, encontramos los elementos celestiales, mientras que en el inferior, los aspectos terrenales. Esta dualidad es esencial para la comprensión de la vida y la naturaleza.

 

La chakana también abarca la relación entre energía y materia, tiempo y espacio. Es un recordatorio de que todo está interconectado, y que lo masculino y lo femenino no son opuestos, sino partes esenciales de un todo. Así como los Andes se alzan majestuosos entre el cielo y la tierra, la chakana nos invita a reconocer la armonía en la diversidad y a honrar la dualidad que nos rodea.

 

Dicho esto y a modo de conclusión, a los ojos de este humilde redactor formado por maestras que le legaron la escritura, debo decir que no sería extraño si acaso las mujeres de Río Gallegos se reunieran en un lugar como el antiguo gimnasio del Boxing Club, bajo la tenue luz de las antorchas, en un masivo y secreto aquelarre, mientras en alguna cancha de fútbol 5, los machos alfa sudan y gritan su goles sosteniendo su demencial supremacía. Sus testosteronas chocan como olas furiosas de la ría, pero están lejos de sospechar lo que está acaeciendo en ese instante en el Boxing Club. Sus miradas se pierden en el balón, ajenas al aquelarre, en donde las mujeres, cansadas de ser relegadas a un segundo plano, han decidido tomar las riendas de su destino. Cada una de ellas lleva consigo una historia de luchas y desafíos, de sueños acallados y pasiones reprimidas. Pero saben que conspiran para que una noche todo cambie.

 

Las paredes del gimnasio retumban con risas y complicidad. Las brujas modernas intercambian recetas mágicas y conjuros ancestrales. Algunas revuelven calderos llenos de pócimas, mientras otras trazan símbolos en el suelo con tiza blanca. Todas comparten un objetivo común: liberarse de las cadenas invisibles que las atan.

 

En el centro del círculo, la líder del aquelarre, una mujer de cabellos plateados y ojos centelleantes, alza su voz:

 

-"¡Hermanas! Está llegando el momento de reclamar nuestra fuerza y poder. Durante demasiado tiempo, hemos sido relegadas a los márgenes de la historia. Pero hoy, aquí y ahora, nos unimos para cambiar nuestro destino. ¡Que fluyan nuestras energías y seamos libres!"

 

Las mujeres alzan sus brazos, entrelazando sus manos en un gesto de unidad. La magia fluye entre ellas, creando un vínculo invisible pero poderoso. Sus risas se mezclan con el eco de los tambores, y el gimnasio se transforma en un lugar sagrado.

 

Las mujeres entonan un antiguo himno. Sus voces elevándose hacia el techo invocan la fuerza de las montañas, la pasión de los vientos, y la valentía de las olas del Atlántico. Sus cuerpos se mueven al ritmo de la magia, y el enorme recinto parece vibrar en sintonía con sus deseos.

 

Y así, en esa noche mágica, las mujeres de Río Gallegos se liberan. Se liberan de las expectativas, de los roles impuestos, de las miradas condescendientes. Se liberan para ser ellas mismas, para escribir su propia historia en las estrellas.

 

Antes de que el turnito de fútbol de sus maridos y novios culmine, las brujas regresarán a sus vidas cotidianas, pero llevarán consigo la certeza de que son más fuertes juntas. Y quizás, solo quizás, los machos alfa que han regresado a su casa notarán un cambio en el aire, una energía diferente que debieran comenzar a tener.

 

Pero eso, querido lector, es otra historia por contar en las columnas venideras.

 

Bibliografía consultada:

 

(1) El mundo antes de la historia: la América de Graham Hancock.

(2) Brujas, Parteras y Enfermeras" de Bárbara Ehrenreich y Deidre English, EE.UU, 1973,The Feminist Presa SUNY,

(3) El análisis del poder: Foucault y la teoría de colonial

(4) Los Gigantes y Su Origen, de Louis Charpentier.

(5) Buscando una Civilización Perdida - Documental Graham Hancock Español.

(6) Graham Hancock y el misterio de una “civilización madre”.



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