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Foto del escritorFernando Cabrera

Día internacional de la Poesía: equinoccio y umbral de luces y sombras

El Servicio de Hidrografía Naval precisó que el equinoccio de otoño en Argentina se dio a las 00.00 AM de este miércoles 20 de marzo de 2024. En virtud de esto, es digno de observar la confluencia de los ciclos celestiales, y que este fenómeno en particular se revela como un umbral estelar, en concordancia con el Día Internacional de la Poesía, instaurado por la UNESCO en el año 1999.

Esta fecha trasciende la frivolidad, invitando a una contemplación más profunda sobre la sinergia entre la poesía y el universo. La selección de este día no es casual, sino que vibra con la armonía del equinoccio, donde luz y oscuridad se entrelazan en perfecta simetría, reflejando la dualidad presente en cada verso y poema.




 

La lírica, en su quintaesencia, es un baile numérico, un reflejo de la geometría divina que fundamenta la estructura cósmica. Cada palabra es un astro, cada imagen es una galaxia, y cada poema es un universo en miniatura que espeja la macroexistencia. Los poetas, custodios de la percepción, entrelazan vocablos formando patrones que replican la proporción dorada, desvelando verdades escondidas en las sombras de la existencia.




 

Antonio Pastor, el visionario que impulsó esta conmemoración, no pretendía exaltar a los poetas por sus nacimientos o fallecimientos, sino por su habilidad para capturar la esencia cósmica en sus escritos. No se mencionan a Shakespeare, García Lorca, Rostand ni Lugones, ni Rubén Darío, ni a nuestro Héctor "El Lobo" Peña. Pero estos poetas, aunque dispersos en anatomía, se unen en una hermandad espiritual, compartiendo un destino que trasciende la muerte.




 

El Día Internacional de la Poesía es un instante para venerar la voz lírica que resuena a través del tiempo, un llamado a reconocer que la poesía es más que simples sílabas mal computadas. Es una vocación que exige una armonía con lo divino, una comprensión de que cada fonema plasmado es un perturbador paralelismo con la danza infinita del cosmos.

 

Dicho esto, me pregunto:

¿serán conscientes los literatos santacruceños, fieles devotos de la percepción, de que su quehacer artístico es un acto de alquimia lingüística, pensado para transformar lo ordinario en lo extraordinario?



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