El consumo de Ayahuasca en Santa Cruz
- Santa Cruz Nuestro Lugar

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Desde hace tiempo, en Santa Cruz está pasando algo raro. Algo que huele menos a selva ancestral y más a sahumerio importado, flyer en Canva y chamuyo premium. La ayahuasca —una medicina sagrada de los pueblos amazónicos— empezó a circular por estas latitudes como si fuera kombucha espiritual: se vende, se promociona, se agenda por WhatsApp y se paga en efectivo, sin recibo y sin preguntas incómodas.

Y en esta provincia, floreció una movida que se autopercibe profunda pero que muchas veces es pura fantasmeada: “retiros chamánicos”, “sanación ancestral”, “experiencias transformadoras”. Todo muy místico, muy consciente, muy vibrar alto… pero con poco respeto real por lo que dicen honrar.
Aclaremos algo de entrada, porque siempre aparece el distraído o el malintencionado: esto no es un palo a las plantas medicinales ni a los usos tradicionales. Al contrario. El problema arranca cuando lo sagrado se convierte en producto, cuando la ceremonia se vuelve paquete turístico y cuando el guía espiritual es, en realidad, un emprendedor new age con léxico indígena; o un alto roto.
La ayahuasca no es una terapia alternativa de fin de semana ni una actividad para “reconectar con uno mismo” entre brunch y trekking. En su contexto original, es una práctica profundamente ritual, cuidada por sabios que se forman durante años —a veces toda la vida— dentro de una cosmovisión concreta, con reglas claras, protección espiritual y responsabilidad enorme sobre quienes participan.
Lo que está pasando en lugares como El Calafate, El Chaltén y otros puntos turísticos de Santa Cruz es otra historia. Acá aparecen pseudoguías que se suben al boom espiritual y venden ceremonias que parecen más una performance que un ritual. Se mezcla ayahuasca con cuencos sonoros, frases motivacionales, psicología light y una narrativa pachamámica genérica que sirve para todo y no explica nada.
La medicina ancestral, en esta versión patagónica marketinera, se transforma en experiencia de consumo para turistas bienintencionados y buscadores espirituales urbanos. Gente que llega con preguntas existenciales y se va sin saber si vivió una sanación real o fue parte de una estafa espiritual prolijamente armada.
Y no es joda. La mercantilización del ritual —vendida como “experiencia transformadora”— no solo vacía de sentido lo sagrado: puede ser peligrosa. Sin preparación adecuada, sin evaluación de salud, sin acompañamiento serio, estas prácticas pueden detonar crisis emocionales fuertes, episodios traumáticos y situaciones de riesgo real. En el mundo entero hay advertencias claras sobre esto. Acá, parece que miramos para otro lado.
Además, esta moda del “turismo espiritual” tiene un costado todavía más turbio: se apoya en una idea edulcorada y falsa de lo indígena. Ahí entra en escena el pachamamismo, ese combo new age que toma símbolos de los pueblos originarios, los licúa en espiritualidad light y los devuelve convertidos en decoración espiritual para el consumo de los blancos.
El pachamamismo no habla de pueblos originarios reales. Habla de un indígena imaginado: místico, silencioso, armonioso, sin conflicto. Un indígena que hace rituales pero no reclama tierra. Que conecta con la energía pero no discute poder. Es funcional, es vendible y, sobre todo, no jode.
No es casual que muchos de estos vendedores de ayahuasca se presenten como “guardianes de la Pachamama”, “canales de la sabiduría ancestral” o “facilitadores de ceremonias originarias”, mientras invisibilizan por completo a las comunidades reales, sus luchas, sus derechos y su historia. Ritual sí. Política no.
En Santa Cruz esto se nota fuerte. Mientras se multiplican las ceremonias para “honrar la tierra”, las comunidades siguen reclamando lo básico: territorio, reconocimiento jurídico, participación real en las decisiones que afectan sus espacios. Pero claro, eso no entra en un flyer bonito ni se resuelve con un sahumerio.
Pero volvamos al tema que nos congrega con un caso concreto:
Un testigo exclusivo de "Santa Cruz nuestro lugar", de identidad reservada (por supuesto), contó su experiencia tras participar de una de estas ceremonias junto a su novia. El contacto, lejos de cualquier mística, fue de lo más cotidiano:
“Estábamos caminando por el Paseo de los Artesanos, ese paseo corto del centro de El Calafate. No estaban todos los puestos abiertos, pero es pintoresco, relajado. Ahí conocimos a una persona muy hablada, muy ‘consciente’, que empezó a hablar de terapias holísticas y ayahuasca como quien te vende una excursión más”.
“El discurso estaba muy bien armado: sanación, pareja, energía del lugar, Patagonia. Todo envuelto en un chamuyo prolijo. A los dos días, y después de haber seguido una dieta alimentaria que nos exigieron, ya estábamos adentro. Nos cobraron una suma importante, en efectivo, sin recibo. ‘Es parte del compromiso espiritual’, nos dijeron”.
La ceremonia fue un desastre. Sin preparación real, sin preguntas de salud, sin contención. “El guía mezclaba palabras indígenas con frases de autoayuda sacadas de Instagram. Yo entré en un mal viaje tremendo, terror puro. Mi novia estaba igual o peor. Pedimos ayuda y nos dijeron que ‘atravesemos la experiencia’. Sentí que me estaba volviendo loco”.
No hubo cierre, no hubo acompañamiento posterior. “Al día siguiente escribí porque estaba mal y no me respondieron. Con el tiempo entendí que no sabíamos si habíamos vivido una ceremonia ancestral o una estafa espiritual. Mucha plata perdida, sí. Pero lo peor fue el daño emocional”.
Ese relato no es una excepción. Es el síntoma de un modelo donde lo sagrado se convierte en mercancía, la Pachamama en slogan y la ayahuasca en producto wellness.
Por eso hay que decirlo sin vueltas: no da. No da que la búsqueda genuina de sentido termine siendo un circo para instagramers espirituales y gurúes limados. No da que se use el nombre de los pueblos originarios para vender experiencias vacías mientras se los deja afuera de las decisiones reales.
La ayahuasca no es turismo. No es moda. No es autoayuda reciclada. Es medicina ancestral de otro lugar que no es la patagonia y merece respeto. Y quienes la ofrecen como si nada, merecen ir presos por ejercicio ilegal de la medicina.
Por @_fernandocabrera




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