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La botella que cruzó océanos: cuando Río Gallegos se adelantó a las redes sociales

  • Foto del escritor: Santa Cruz Nuestro Lugar
    Santa Cruz Nuestro Lugar
  • hace 2 días
  • 2 Min. de lectura

Quién iba a decir que en Río Gallegos, mucho antes de que explotara el bardo del Facebook, el Twitter y el Instagram, un grupo de pibes de sexto grado ya había probado otra forma de conectar con el mundo… a la vieja usanza: un papelito, un corcho y una botella de vidrio lanzada al mar. Y no fue chamuyo: tres años después, una de esas botellas terminó en las playas de Adelaida, Australia, como si el mensaje hubiera hecho dedo y llegado a destino.

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La movida arrancó en 2001, con la seño Delfi Rivas y un grupo de gurises que querían visibilizar algo que en ese momento acá casi ni se hablaba: la inclusión de personas con capacidades diferentes. No tenían ni TikTok ni reels, pero sí creatividad y la idea de largar 200 botellas desde Punta Loyola con mensajes de integración. Una de esas, contra todas las corrientes y la lógica, viajó 12.000 kilómetros hasta aparecer del otro lado del mundo.


El hallazgo no lo hizo ningún influencer ni salió de un viral con drones y filtros. Lo encontró una abuela australiana, caminando con su nieta por la playa. Lo llevó a un diario local, terminó en una universidad, y de ahí la historia volvió hasta la EGB N° 39 de Río Gallegos. Casi como un inbox inesperado, pero con olor a mar y algas pegadas al vidrio.


Lo loco es que, en tiempos en los que un mail cruzaba el planeta en segundos, estos pibes se la jugaron por la paciencia y el azar de las corrientes oceánicas. Y la pegaron. Su mensaje contra la discriminación viajó más que cualquier político en campaña y terminó siendo noticia sin que ellos lo buscaran.


Para cuando llegó la llamada desde Australia, esos chicos ya no eran nenes: algunos estaban de viaje de egresados, otros se miraban al espejo y veían que habían crecido, y de pronto entendieron que lo que habían hecho de guachines había llegado más lejos de lo que soñaban.


Al final, la historia no es la botella en sí ni el viaje imposible por los mares, sino el deseo de esos pibes de cambiar un cachito el mundo con lo que tenían a mano. Y lo consiguieron.


En tiempos donde todo dura lo que tarda en scrollearse, en "Santa Cruz Nuestro Lugar" nos gusta recordar que lo que estos pibes pusieron a flote fue una metáfora: la integración y la igualdad necesitan tiempo, paciencia y constancia, igual que una botella a la deriva. Y que haya sido encontrada a 12.000 kilómetros de distancia, confirma que un gesto simbólico nacido nuestras costas puede sacudir conciencias en cualquier punto del planeta.

Por @fernandocabrera

 
 
 

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