La secreta conexión entre Cortázar y "Killing Me Softly With His Song"
- Santa Cruz Nuestro Lugar

- 15 mar
- 3 Min. de lectura
La conocí en el 2013, en el Paseo del Borde Costero. Su puesto de repostería era un pequeño rincón de aromas dulces y colores suaves. Detrás del mostrador, con las manos cubiertas de harina o decorando con precisión una galleta de manteca, ella parecía formar parte de aquel universo de azúcar y vainilla. Apenas la vi, supe que volvería. Y así lo hice, primero como un cliente más, después como alguien que solo buscaba una excusa para verla.

Cada vez que me acercaba a su stand, sonaba la misma melodía en su pequeño grabador. El CD de Fugees giraba sin descanso, y Lauryn Hill cantaba Killing Me Softly With His Song como si fuera un conjuro. Al principio, no le di importancia. Pero con el tiempo, la canción se volvió parte de ella, del sonido de la manga pastelera deslizándose sobre una torta, del brillo de sus ojos al probar una nueva receta.
Un día, la invité a salir. Aceptó. Y así comenzó un tiempo en el que nuestros mundos intentaron encontrarse. Caminamos juntos por la Avenida Kirchner, compartimos silencios cómodos y palabras que parecían dibujar un verdadero puente entre su universo y el mío. Ella me hablaba de su arte como un acto de paciencia y equilibrio, de cómo cada masa tenía su propio carácter y cada postre debía cuidarse como si tuviera vida, y de su fanatismo por Fugees. Yo le hablaba de literatura, de las historias que se enredaban en mi cabeza antes de transformarse en palabras.
Pero poco a poco, algo se quebró. Un día me dijo que sentía que nuestros mundos eran demasiado distintos. “Lo tuyo es papel y tinta. Lo mío es azúcar y vainilla”, pronunció con una certeza que no valía la pena contradecir. Y así, sin dramatismos, dejamos de vernos.
La dejé ir sin contarle un secreto. Nunca le dije que la canción que siempre sonaba en su puesto tenía un vínculo insospechado con mi universo. Que Killing Me Softly With His Song nació, en parte, de Rayuela, de Julio Cortázar, publicada en USA, en 1966, bajo el título Hopscotch.
El letrista de la canción, Norman Gimbel, encontró inspiración en la traducción al inglés de la novela. En el segundo capítulo, Cortázar escribió:
"La Maga cantando Schumann nos gustaba bastante, pero todo dependía de la luna y de lo que fuéramos a hacer esa noche, y también de Rocamadour porque apenas la Maga se acordaba de Rocamadour el canto se iba al diablo y Ronald, solo en el piano, tenía todo el tiempo necesario para trabajar sus ideas de bebop o matarnos dulcemente a fuerza de blues."
Cuando el libro fue traducido, esa última frase se transformó en "killing me softly with his blues". Gimbel la leyó y quedó atrapado por la imagen de alguien siendo consumido emocionalmente por la música. La línea quedó resonando en su mente y, junto al compositor Charles Fox, nació la canción que décadas después, tras haber pasado por gloriosos y archiconocidos intérpretes, Fugees, en los años '90, inmortalizaría con la voz de Lauryn Hill.
Nunca le conté nada de esto. Nunca le dije que, mientras ella creaba con sus manos, una canción nacida de un libro que yo amaba la acompañaba sin que lo supiera. Que su música y mi literatura estaban conectadas desde antes de que nos conociéramos.
Y sin embargo, ayer a la tarde la volví a ver. Después de tantos años, nos encontramos por casualidad en la esquina de Zapiola y Estrada. No la saludé. No supe si debía. Pero cuando nuestros ojos se cruzaron, noté algo en su mirada. Una chispa de picardía, una media sonrisa, como si supiera algo que yo no.
Seguí caminando, pero en mi cabeza quedó flotando una pregunta: ¿habría descubierto -aunque demasiado tarde- aquel hilo secreto entre Rayuela y la canción? ¿Entre su universo y el mío?
Por @_fernandocabrera




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